14. El pecador
- Francisco Álvez Francese / Gastón Haro
- 23 abr 2018
- 3 Min. de lectura
Sobre “Éxtasis y pecado”, “El aire acá” y “La casa en llamas” de Álvaro Figueredo (Poesía, 1975)
Como si el nombre fuera otro, como si se corriera hacia un fondo oscuro, tras el telón. Como si ahí se encontrara el rostro auténtico, en una sombra difusa, apesadumbrado y nocturnal, como si se dejara el murmullo que nos designa y uno se denominara a sí mismo, con nuevos bríos, en castigo. Y por eso se adjetiva, pero ¿quién es? Se puede pensar un lugar: una calle, la música (reptil de lupanar), el Arca de la Alianza. Es la ropa legendaria que cubre esta piel nueva, patética de gozos. Es el rechazo que se alza desde la arena lejana y se cuela por los adoquines, como una espesa gota de alquitrán. Entonces las cosas se van sucediendo en visiones movidas, sacudidas, con el peso livianísimo de la Historia, como si fuera algo trivial, pasar la tarde en casa. Y en todo el trasiego del tiempo por los versos sin parar, agitado como por un viento, sin vacilaciones, se ponen los sonidos, voces lanzadas, personajes de Hollywood que actúan ahí adentro su papel eterno, la disposición de las manos, proyectadas hasta siempre en ese paso hacia la invisibilidad. Las reminiscencias de la vida disipada, hermosa, de oriente, como un sueño de hojas y de inciensos, la traición, las mujeres que visten disfraces delicados. Todo se diluye y se condensa a la vez, así, en un sueño que se parece a la literatura: las cosas transitan, como en viaje, personas y lugares, ruidos de consonantes y todo lo dice Figueredo desde una música íntima, recorrida, que se edifica sobre el movimiento y cae como un estruendo cuando termina. Como la pregunta, como la duda que se apresura a acudir a la herida: ser hoy, y haber sido, el testigo mudo, el solitario que carga con la vergüenza, con la elevación no pedida de ser quien ha renunciado al Dios humano, quien ha visto con malos ojos ese cuerpo sacudirse bello, insensato, fabuloso, obscenamente ajeno. Y la destrucción, por eso, parece otra cuestión del día, el merecido final que se prolonga, que reclama el que nada sabe, aquel que no podría jamás decirse entero.

Éxtasis y pecado
(1963)
Es David.
(No soy yo)
El rey despójase
de orgullo y vestiduras. Danza el salmo.
La ofendida Michal tras la mirilla.
Jerusalem amándolo.
Es David.
Sus rodillas estatuyen
la ceremonia, el delirante rango.
Si no fuera David ¿quién lo vería?
(Acaso yo) 1930.
Un bandoneón reptando hacia la esquina
del Puerto. El bar sacrílego.
¡Qué tango!
El aire acá
(1953)
Yo
el orgulloso el pecador yo ahora cuándo
yo el excesivo
el orgulloso yo
la distraída bestia acá en secreto
ella sin tino ah pero siempre
este mantel la madre aquella y la
esquina aquí
y el libro y el caballo
todo se va el orgullo
el gran hipódromo amarillo
el gran círculo, el gran
lo corre y vuelve y no
ya es otra cosa
arrepentida silba no es la misma
la herrería la puerta el hasta luego
son otras herrerías otras puertas
dirigiendo su voz es esa espiga
que me limpia la boca
ah y todo basta lo más pequeño y esta
ceniza y esta jarra de memoria
y luego
esta otra vez mi calle
y cuándo y qué la esquina y ¿cuándo? y ¿qué?
La casa en llamas
(1954)
Duro rayo cayó sobre la casa
y ayer el rojo trueno
mirando por el ojo de la llave
huyó la puerta ardiendo calle abajo
de la desierta ruina
un elefante de humo
izó la trompa en busca de su huésped
mister Pullman no estaba en la terraza
ni su mujer vestida de odalisca
Iván había ido al mitin
Douglas al tennis Luise en bicicleta
entre campos de boj
y el rayo vino rojo bailoteando
sobre el teclado eléctrico
el tejado se hundió sobre la estufa
nada ni libro ni jardín ni piano
ni cofre nada el trueno
con polvorienta lengua llamó y nadie
dijo acá estoy ni el viento
dobló la esquina o fue de plaza en corte
buscando al habitante al hijo joven
a nadie porque nadie iban los cinco
por los mares sin nadie cada uno
lamiendo su pastilla
de dorado terror sin conocerse.
El texto y los poemas recitados por Francisco:
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