4. Exilio
- Francisco Álvez Francese / Gastón Haro
- 22 jun 2017
- 3 Min. de lectura
Sobre “Vino para los ojos” de Susana Soca (En un país de la memoria, 1959)
Designa otro tiempo y parece brillar contra un muro la luz antigua de un fuego mental. Se puede ver la dacha, la pared de madera gastada sobre la que se figuran los cuerpos del rigor invernal, el hacha en el tronco, los perros afuera. Árboles alucinados que se ven en ensoñaciones, azules de madrugadas, como extraños relámpagos o cabezas noctámbulas. Como si se entrara a un corredor de las cosas, donde las cosas estuvieran dispuestas ahí y se nos revelaran a la vez propias y ajenas, cerca y lejos, bajo ese resplandor raro que se abre al amanecer por las ventanas. Y en eso anda la merodeante; se la puede ver en un jardín hermoso, pero como si no estuviera, como si caminara a la vez en dos planos, y sin ver. Las cosas puestas en ese lugar por alguien (Dios), pero adivinadas en un paseo que tiene de invención lo que tiene de sueño. Ese llevar de la poesía, ese exilio de las letras, que cercan la figura vehemente de una suplicante, de la perfección y de la pureza de la poeta que se construye, que levanta el territorio de sus versos, que cultiva manuscritos guardados bajo llave, contrabando de Siberia que se oculta entre la ropa opulenta y que traduce (transporta) palabras como páginas o monedas que se dan sotto voce, fingiendo el descuido aristocrático, una ingenuidad severa que oculta terrores y angustias. Siempre todo está lejos, siempre se está yendo a lo imposible, un viaje ciego a un mundo primitivo y perfecto, de nombres puros. Soca peregrina a esa tierra y no regresa; desde ahí manda cartas, firma cheques, dirige universos y deja una nota, los versos truncos de un andar entre sombras, de perderse y de ver, en la oscuridad, un símbolo en las estrellas. Se pierde en esa dispersión el sentido final, la estatua de uno mismo, la idea como forma definitiva y fija, no construida y perfecta. Si se entreabre la piel será sólo para aumentar la confusión, la perplejidad que sin palabras se pronuncia. Hay entonces una comunión con esa piel que se escribe, con esa voz que se recupera como de una memoria, traída de una tierra que tal vez se llame la muerte.

Nota: “Vino para los ojos” es el último poema de Susana Soca, cuya trágica muerte dejó inconcluso.
“Volando bajo sobre un paisaje ruso”
a Pasternak
En otro tiempo ardía algún fulgor callado
en el más breve fuego de los ojos
me llevaba sin tregua a las cosas ajenas
súbitas familiares desconocidas íntimas.
Amor o vehemencia
puesta en mirar las cosas imprevistas
perderme para hallarlas
buscarme luego para no perderlas.
En el tranquilo el amplio resplandor
del aire, la alegría saliendo de las cosas
discreta como el agua que sale de las hierbas
y un instante separa
el árbol presentido y el árbol recordado.
Un severo paisaje adivinado casi,
busca lugar en mí, yo cedo con dolor
algún espacio que se reducía.
Así metida en mí la señal de abeto
que los cuatro abedules imperiosos rodeaban.
Segura forma de la nieve ausente
al abeto rodea y se evade en el aire
la cabellera vegetal y antigua
se acerca y diestramente se retira
sin entrar en la esbelta casa del abedul.
Hoy la afilada guirnalda me guía
la aguda crencha perpendicular
que lleva el nombre de cuatro estaciones
y rectamente se alarga en el aire.
Más lejos otro claro
y uno es el abedul y cuatro los abetos
estirados vigilan sin esconder la piel
del abedul desnudo, ya pronto para entrar
en la cercana estatua de la nieve
poderoso en lo blanco y su color
el color de la luna que precede a la nieve.
Estatua de sí mismo el abedul
casi sin ramas ya para las hojas
dormidas a lo lejos en el sueño
de algún verano refulgente y breve.
Aquí he llegado y sigo.
Olvidada del alto vino para los ojos
y entre la sangre y la mirada brilla.
En la violencia de las cosas vuelve
esta violencia mía por años escondida
detrás de los espejos en otro tiempo ardientes
por años enterrada en un poema antiguo.
Hoy la encuentro en el aire
en el deseo de estrechar el árbol
o de entreabrir la piel de un abedul.
El texto y el poema recitados por Francisco:
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