La radio más crazy del dial
- Gera Ferreira
- 8 may 2018
- 6 Min. de lectura
Desde los inicios del cine silente la lógica manicomial ha propiciado un escenario fértil para contar diferentes historias en torno a la locura, sus manifestaciones, los tratamientos, en fin, su complejidad. Algunos derivados temáticos han sido llevados al extremo por la ficción cinematográfica (ni que hablar por la literaria); la bipolaridad, el sonambulismo, la esquizofrenia y otras zonas oscuras e irresolutas de la psiquis dieron sus frutos en la pantalla y, sin importar la época, lograron despertar siempre la curiosidad, tanto de realizadores como de espectadores. Dos de mis películas favoritas de todos los tiempos cargan con ese asunto sobre sus hombros: El gabinete del doctor Caligari (Polonia, 1920) y One Flew Over The Cuckoo's Nest (Estados Unidos, 1975), protagonizada por Jack Nicholson, cuya infame traducción al llegar al Río de la Plata fue Atrapado sin salida. Por cierto, en 1976 esta película se convirtió en la primera en ganar en una sola noche las principales categorías de los premios Oscar: mejor película, director, actor principal, actriz principal y guion. Hablame de una buena historia. Al pasar, también recuerdo Despertares (1990), Doce monos (1995), Inocencia interrumpida (1999), Letras prohibidas, la leyenda del Marqués de Sade (2000) y Shutter Island (2010), entre tantas otras que seguro me estoy comiendo pero en las que el tema se hace presente de una forma u otra.
Mi escaso conocimiento sobre cine uruguayo previo al año 2000 no me permite trazar siquiera una mínima línea con títulos que hayan abordado el tópico psiquiátrico/manicomial o sobre la locura. Apenas recuerdo el documental El círculo (2008), de Aldo Garay (cuya lógica más bien giraba en torno a lo carcelario), de modo que no sé cuánta tradición hay en este sentido o si efectivamente existen tantos antecedentes en la ruta. Si se cuelgan, invito a los sotobosqueros entusiastas y aficionados a tirarnos nombres en los comentarios sobre pelis uruguayas que conozcan para avivar la conversa (¡eso sería genial!). Bueno, si existiese un árbol genealógico de películas de esta especie en Uruguay, el documental de Alicia Cano y Leticia Cuba, Locura al aire (2018), sería un fiel exponente.
La locura y su complejidad
ha propiciado un escenario fértil
para contar historias
desde los inicios del cine silente
Permiso para despegar La Radio Vilardevoz es un emprendimiento comunitario que plantó sus raíces en 1997 y que funciona dentro del predio del hospital psiquiátrico Vilardebó, aunque no pertenece a él. Es llevado adelante de forma cooperativa por internos, psicólogos y participantes ambulatorios (ni pacientes, ni personas con discapacidad mental), con un empeño admirable que nunca está de más destacar. Las emisiones salen al aire los sábados, mientras que durante el resto de la semana hay talleres y otros programas con temática diversa: violencia de género, literatura y temas sociales o relativos a la salud, y bloques en los cuales se realizan entrevistas. La anécdota o evento que da pie al documental surge así: “Nos enteramos que Radio Vilardevoz estaba organizando un viaje y ya conocíamos el proyecto, nos gustaba, y eso nos dio una excusa narrativa para contar algo. Generalmente cuando se hace una película primero se investiga. Nosotros nos salteamos todo y nos metimos de lleno en el manicomio a filmar”, comenta Alicia Cano en una entrevista televisiva.
El viaje al que alude tuvo lugar en 2014. Se trata de un encuentro de “radios locas” en México, cuya finalidad propiciaba el intercambio de experiencias de comunicación y salud mental entre varios proyectos locales e internacionales. Así, una selección de integrantes de Radio Vilardevoz fue elegida para representar al colectivo y emprender vuelo a aquel país. El documental nos muestra cómo se prepararon y vivieron este suceso. Es importante destacar que “la película no busca abordar la locura desde la enfermedad sino desde las posibilidades, desde la construcción de sueños. Eso es Vilardevoz, un proyecto alternativo de salud mental donde se vinculan desde el afecto, desde la palabra y eso es lo que nos interesaba contar”, puntualiza la realizadora.

La cinta comienza con un simulacro entre los participantes, un psicodrama del avión, ya que ninguno podía disimular las tensiones que el viaje generaba (miedo, ansiedad, incertidumbre, sueños con situaciones límites) a medida que corrían los días en cuenta regresiva. Ya desde el arranque las autoras aplican un trabajo fino y artesanal con el lente: primeros planos de gestos, miradas, sonrisas, silencios, nos dejan entrever con naturalidad y nitidez los perfiles de cuatro protagonistas por encima del resto, a saber: Gustavo, Olga, Manuel y Carolina. El buen recorte sensible realizado en la edición también nos permite percibir claramente la respiración de cada uno sin que se resienta la visión del conjunto o se empasten entre sí, y eso, por fortuna, es una constante durante toda la película.
A medida que esta avanza, los perfiles se convierten lentamente en historias personales. Algunas —incluso— se entrecruzan, como las de Olga y Manuel (quien es no vidente), ya que muy a su manera viven una tierna historia de amor. Carolina y Gustavo son los dos grandes referentes del grupo y en ellos se profundiza un poco más: la música, los oficios, la soledad, la autorreflexión, el tratamiento y el combate contra su circunstancia hacen que ambos sean agentes conceptuales fuertes dentro de la narración. A través de ellos vemos aparecer, de manera indirecta, las preguntas que plantean las directoras, muchas de las cuales no requieren una respuesta puntual ni la buscan. La información es tan poca y a la vez tan justa y bien dosificada que adelantarles casi cualquier cosa de estos personajes sería un atropello de mi parte. Son todos muy queribles y esa es la única verdad que me permito divulgar.

Interpelar desde el afecto En agosto de 2017 se aprobó la nueva Ley de Salud Mental y en ella, entre otras cosas, se prevé el cierre de los manicomios para 2025. Solo queda reglamentar lo más importante: cómo instrumentarlo. En el presente histórico de la película también late y se cuela esta preocupación, manifestada en forma de reclamo a las políticas públicas que se emplean hasta el día de hoy. Una porción de la realidad que inevitablemente abarca el documental apunta a denunciar mejores tratamientos (el repudio al electroshock, la excesiva medicación y la utilización de métodos invasivos en el proceso de recuperación), no solo para los participantes ambulatorios sino también para la población regular del Vilardebó y del resto de los hospitales con estas características. Sin embargo, la cinta apenas trabaja sobre esta cara de la moneda. Elige ver otra cosa y nos interpela desde otro lugar, desde la importancia de lo afectivo como método de inclusión, de sanación y el papel fundamental que esto ocupa en el proyecto de Vilardevoz.
En los interludios más descriptivos, donde la fotografía cobra vida propia, la tranquilidad del silencio provoca un sonido hipnótico en el escenario documentado: la radio, el hospital, sus alrededores, el barrio, están ahí, son un personaje más que nos habla bien bajito. Cuando ocurre esto, los personajes quedan suspendidos en un trance, se escuchan entre sí sin hablarse, se mueven entendiéndose mutuamente bajo el ritmo de una música especial, parecida a la que producen los dedos cuando son frotados de manera continua sobre los bordes de una copa con agua. Estos momentos tienen una manufactura muy artesanal y funcionan como válvulas de escape que hacen avanzar la historia por otros carriles, acaso menos predecibles para el espectador, ya que lo invitan a reflexionar, a caminar durante unos segundos junto a los personajes para conectarse con los códigos de ese mundo.
Locura al aire nos interpela desde
la importancia de lo afectivo
como método de inclusión, de sanación
A propósito de ese código, uno de los participantes, que ya no está con nosotros (Diego Planchesteiner, autor de algunas canciones que adornan la banda sonora del documental), nos dice algo muy interesante en voz en off: “Los locos también tenemos espíritu, alma. Y el alma no entiende de pastillas. El alma entiende de lo que nos devuelve la dignidad. La ciencia no llega a esas turbulencias que están en un lugar intangible pero esencial de nuestro ser. Y es que no hay mejor medicina que el afecto. Cuando alguien se sienta contigo durante horas, te banca la cabeza y te hace sentir valioso, porque te sentís querido”. Tal cual Diego, por ahí es la cosa.
Locura al aire nos habla de muchas personas, pero en realidad se trata de un proyecto formulado en primera persona. Un proyecto que concentra sus fuerzas en ayudar y dar voz activa e inclusiva al participante para que logre reposicionarse como centro. Gracias a la existencia de un espacio abierto, lo que se busca es el empoderamiento del sujeto y que este recupere su calidad de tal, ya que la ha perdido con la internación, el tratamiento, la medicación y el olvido del resto de la sociedad, que lo ubica en un lugar de objeto. Documentar estas minihistorias para darles visibilidad como parte de un trabajo mucho mayor (sin perder de vista jamás la visión estética) no es solo llevar adelante una acción generosa sino también cumplir digna y responsablemente con uno de los compromisos adquiridos por el séptimo arte como medio de comunicación, como portavoz de mensajes y realidades sociales. Esa es ni más ni menos la función social del cine. Y hoy cintas como estas son más bienvenidas que nunca.

Locura al aire (Uruguay, 2018) 75 minutos Guion y dirección: Alicia Cano y Leticia Cuba. Género: Documental. Protagonistas: Gustavo Bautista, Carolina Miguel, Olga Azikián, Manuel Furtado, Colectivo Vilardevoz. Productora: Mutante Cine / Agustina Chiarino y Fernando Epstein. Fotografía: Andrés Boero. Edición: Valentina Leduc.
La nota recitada por Gera:
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